Introducción
La presente ponencia es el extracto de una investigación mayor, actualmente en curso, sobre la formación de una serie discursiva, disciplinar, que toma como objeto de estudio a la historieta. Los resultados que aquí se exponen deben verse entonces como siempre provisorios, sujetos a revisión, y el valor de ciertas afirmaciones, que tal vez parezcan discutibles, acaso debería contemplarse sobre el fondo de un espacio más amplio o general, como puede serlo el mapa de cuestiones y tensiones que atravesaron el campo intelectual o cultural de nuestro país durante la década del sesenta. Como sea, la serie discursiva que me propongo reconstruir reconoce convencionalmente un punto de partida: el nombre de un fundador y los gestos institucionales de una fundación. Hacia fines de 1968, después de haber organizado en los salones del Instituto Di Tella de Buenos Aires la Primera Bienal Internacional de la Historieta, el crítico e investigador Oscar Masotta publica los tres primeros y únicos números de la revista LD (Literatura Dibujada). Serie de Documentación de la Historieta Mundial . Poco después, en 1970, la editorial Paidós publica, de Masotta, La historieta en el mundo moderno, estudio o “noticia cronológica” sobre el origen y el desarrollo histórico del género, principalmente en los Estados Unidos.
Estos gestos se inscriben en ese momento en una cierta encrucijada de las ciencias sociales y humanas en nuestro país, como instancias particulares de un discurso de fundación que comenzaba a abrir el espacio de un conjunto de campos disciplinares conexos: la semiología, las ciencias de la comunicación, los estudios sobre cultura popular y cultura de masas. Sin embargo, esta operación de fundación discursiva, lejos de ser homogénea, es abiertamente contradictoria, y la expresión acuñada por Masotta para designar a la historieta (“literatura dibujada”) no refiere a una interacción pacífica entre arte verbal y arte visual; antes bien, nombra el espacio de una tensión problemática, no resuelta, entre códigos enfrentados, e instala en el futuro los lugares teóricos e ideológicos donde la historieta llegaría a instituirse como un objeto probable. Habría, entre imagen y palabra, en el centro de la historieta, una relación de mutuo desconocimiento: mientras que la literatura ancla ideológicamente a la imagen (la “compromete” moralmente), esta última no deja de mostrar insistentemente la distancia que va de los códigos a lo real, no deja de cuestionar ese “compromiso” entre la palabra y lo que se quiere decir. En esta situación, el objeto (de representación) no deja nunca de disolverse, de desvanecerse, mientras que la historieta (como objeto) reaparece aquí y allá, evanescente, en uno y otro dominio, abriendo uno y otro espacio, sin anclarse definitivamente a ninguno.
Hacia aquí y ahora, la cuestión podría plantearse de la siguiente manera. Podríamos preguntarnos, nosotros: ¿qué disciplina se hace cargo hoy de la historieta, si tal cosa es necesaria? ¿Por qué y para qué es necesario asumirla como objeto de estudio? ¿Qué cosas, todavía, es capaz de hacer aparecer ante nuestros ojos la historieta, qué ideas puede suscitar aún su palabra muda, sin voz?